Está claro que la observación de las nuevas fronteras empíricas depende de la capacidad energética de los instrumentos de medida.
Tanto para la observación de la composición más básica de la materia, buscando los esquivos quarks y bosones, como para observar los grandes fenómenos universales, tras agujeros negros y galaxias lejanas.
Hace unos años, un nuevo sistema de medición dio el pistoletazo de salida a las observaciones cosmológicas. LIGO fue la primera piedra en la era de las ondas gravitacionales. Una perturbación espacial casi imperceptible que se propaga por el Universo como ondas de un estanque al caer una piedra. Solo que en este caso las piedras son del tamaño de agujeros negros.
Con esta nueva astrofísica se podían observar las repercusiones de eventos singulares acaecidos a años luz de nuestro planeta midiendo las perturbaciones producidas en los rayos cósmicos.
Ahora, un nuevo conjunto de sistemas de medición de este tipo de eventos liderados por el Observatorio Norteamericano de Nanohercios para Ondas Gravitacionales (NANOGrav), más pequeños y numerosos, pero enfocados en frecuencias más bajas de ondas, ha sido capaz de demostrar indicios de que los eventos cosmológicos como colisiones de galaxias lejanas han generado un cúmulo de ondas gravitacionales apreciable y medible. (Solo presentan indicios ya los resultados presentan 3 sigmas según un análisis bayesiano de la curva de Hellings-Downs, y entre 3.5 y 4 sigmas con análisis frecuentistas, siendo necesarios 5 sigmas para una afirmación contundente.)
Las observaciones realizadas sobre los datos obtenidos por una red de radiotelescopios concentrados en diferentes púlsar, han sido capaces de catalogar esta onda de fondo. Un púlsar es una estrella de neutrones que emite un haz de luz en una dirección dada. Este, en la rotación de la estrella, parece oscilar desde un punto de medición estática. Estas rotaciones son tremendamente precisas, con patrones de fracciones de segundo.
El equipo de NANOGrav ha observado desviaciones en los haces de luz de estos pulsares que representan un patrón de ondas superpuestas. Este patrón es compatible con el fondo estocástico de ondas gravitacionales predicho teóricamente. Y el resultado lo han publicado en varios artículos como en la revista The Astrophysical Journal Letter. La verificación aportada por EPTA, InPTA y PPTA también ha llegado en forma de artículos, cubriendo un total de 80 púlsares y casi 20 artículos.
Este fondo estocástico es muy energético y con su estudio puede discriminarse un gran abanico de fenómenos ocurridos en lo más profundo del Universo. Igual que puede escucharse un instrumento concreto dentro de una orquesta, los diferentes sucesos masivos que han dejado su impronta en el patrón se podrán, con el tiempo, discriminar y analizar.
Han hecho falta analizar 15 años de datos observados por los diferentes sistemas astronómicos de medición, pero este fondo estocástico de ondas gravitacionales es un nuevo paso “tangible” físicamente aunque no demostrativo. Seguramente estas ondas volverán a ser noticia mundial cuando lleguen a los 5 sigmas en dos estudios independientes. Y es cierto que como sus hermanas las ondas gravitacionales de LIGO, no van a cambiar nuestro día a día. Pero el fondo de microondas tampoco lo hizo en su momento. Y no solo cuenta el descubrimiento, sino los avances científico-tecnológicos que se deben producir para lograrlo.
Queda mucho por descubrir hacia arriba y hacia abajo para los físicos. Nuevas fronteras que cruzar. Pero al igual que la Ley de Moore liga los avances tecnológicos a la miniaturización de los transistores, una ley no escrita parece ligar este tipo de observaciones a la capacidad de controlar la energía empleada para observar. Y al igual que la mente humana supera las etapas de la Ley de Moore, seguirá sorprendiéndonos con formas experimentales de observar el Universo. Otra cosa, serán las aplicaciones prácticas que lleguen a nuestras vidas y si estas nos llevarán fuera de nuestro planeta.