Desde que el hombre es hombre, ha mirado a las estrellas. Ya sea para orientarse en la noche, para dar explicación a los misterios, o más actualmente para intentar comprender que son esos puntos que nos alumbran.
Con el tiempo hemos descubierto muchas cosas en ellos. Estrellas, cometas, planetas, satélites, galaxias, agujeros negros, materia oscura, etc. Y cada uno de estos términos tiene muchas categorías.
Por ejemplo sabemos que nuestro Sol es una estrella de tipo-G y que se encuentra en la secuencia principal con una clase de luminosidad V. También sabemos que podemos catalogarla como una enana amarilla de tipo espectral G2 y que se formó hace unos 4570 millones de años. Como toda estrella enana, en este tiempo ha ido disminuyendo de tamaño y la radiación que emite se ha debilitado en consecuencia.
Hemos definido una zona alrededor de cada estrella que hemos denominado la zona de habitabilidad. Esa zona está definida entre los máximos y mínimos del conjunto de radiaciones que puede recibir un ser vivo y sobrevivir. Si nos limitamos al calor recibido, quiere decir que muy cerca de la estrella te quemas y muy lejos te congelas. Solo hay una franja en la que puedes sobrevivir. En la actualidad, la zona de habitabilidad del Sol se en cuentra entre los 0,84 y los 1,67 UA (Unidades Astronómicas).

En esta zona del Sistema Solar encontramos como era de esperar a La Tierra. Pero hay otro planeta que se encuentra en su límite superior, Marte. El Planeta Rojo. Nuestro vecino.
Sabemos que la fuerza del Sol disminuye, por lo que la zona de habitabilidad se está desplazando hacia el interior. Por eso, cuando mandamos a nuestros robots a Marte y empezamos a cartografiarlo, no era difícil creer que los datos recogidos mostraran cicatrices superficiales similares a las dejadas en La Tierra por ríos y glaciares.
Puede que Marte fuera un vergel, o puede que se pareciera más al planeta Dagobah, el exilio del Maestro Yoda. No lo sabemos. Pero sí que parece claro que en Marte hubo vida. Siempre que definamos como vida a seres que nacen, crecen, se reproducen y mueren, como decíamos antes en el cole. Y para la vida, además de una capa de ozono que filtre la radiación del Universo, hace falta agua. Y en Marte había huellas de su existencia.
Ahora que sabemos que lo que hacemos es una especie de arqueología marciana, hemos aplicado los métodos conocidos y hemos hecho aproximaciones por comparación con La Tierra. Gracias a eso, hemos refinado la búsqueda.
La NASA y la ESA se pusieron manos a la obra.
Por parte de la NASA se envió a la órbita marciana la sonda MAVEN con la misión de medir en sus periplos orbitales los gases y partículas de las capas estratosféricas del planeta. Comenzó su andadura en 2013 y con los datos obtenidos hemos confirmado que el 99% de la atmósfera de Marte se perdió. Muy seguramente debido a los cambios en la gravedad del planeta debido a enfriamiento del núcleo marciano y al consiguiente debilitamiento de los campos magnéticos. El viento solar terminó por disolver la atmósfera y los gases, entre ellos el vapor de agua.
En 2003, la ESA hecho toda la carne en el asador y realizó el lanzamiento de la misión Mars Express. Express por el poco tiempo empleado en su desarrollo. Esta misión estaba formada por un satélite y un vehículo, el Beagle 2. El Beagle se estrelló en la superficie al aterrizar, pero el Mars Express Orbiter está en pleno funcionamiento desde entonces. Este satélite artificial está equipado con varios sistemas de medición para rastrear Marte a su paso. Uno de ellos es el sistema MARSIS, de fabricación italiana, que realiza una exploración mediante un radar de impulsos de la superficie y las primeras capas internas. El sistema emite un pulso y espera la llegada del eco. Según el tiempo y la frecuencia del eco, se pueden conocer la profundidad y el material que lo refleja.
Con la esperanza de encontrar algo parecido a las profundidades de la Antártida, se sondeó una zona cercana al Polo Sur marciano sin obtener resultados significativos. Pero a mitad de la misión, el equipo italiano encargado del MARSIS se dio cuenta de que debido a la tecnología del momento, el satélite enviaba los datos de 100 respuestas en solo una señal. Pero al hacer la composición se estaban eliminando los valores diferentes, que eran los realmente buscados. Una vez corregido el sistema de transmisión, en 2012 se empezó a tomar datos durante un periodo de tres años. Del estudio de esa cantidad de datos se ha obtenido el descubrimiento, publicado hace unos días, de lo que parece ser un lago subterráneo de agua salada como los que tenemos nosotros.
¡AGUA!
¡¡¡AGUA EN MARTE!!!
Es como haber encontrado la Cueva de Altamira marciana.

Porque sí, esto es un descubrimiento arqueológico. Si fuéramos capaces, que con la tecnología actual no lo somos, de ir con una taladradora y perforar el kilómetro y medio de profundidad del lago, solo podríamos tomar muestras para analizar. No es una fuente que vaya a hacer que mane agua en el desierto marciano. Y si manara, se perdería por la falta de atmósfera. Lo único que se podríamos hacer es obtener muestras para ver si podemos encontrar bacterias o algún tipo de protozoos.
Por otro lado, esta agua que se encuentra a temperaturas que rondan los -70ºC, no está congelada, como la de los casquetes, muy posiblemente debido a la cantidad de sales minerales que contiene. Es más una densa salmuera de magnesio, calcio y sodio que un lago. Esto quiere decir que no es un agua ni mucho menos «utilizable». Ni siquiera para influir en los fallidos intentos teóricos de terraformar marte.
Con todo esto, parece que Marte sí que puede contener vida en la actualidad. Pero solo a nivel celular. Y el lago encontrado en realidad es otra confirmación de la existencia de agua líquida en otro tiempo en el planeta. Seguimos estando igual de cerca y de lejos de colonizar a nuestro vecino. Marte sigue siendo a día de hoy más una lejana excavación arqueológica que un asentamiento.