Minigatitos cuánticos.

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Sabemos que en el mundo de la Física Cuántica, gracias a la capacidad de las partículas definida por el Principio de Superposición, una partícula puede encontrarse en dos estados contrarios a la vez. Pero cuando la observamos, la colapsamos y se vuelve «clásica» quedándose fija en uno de esos dos estados. Como es un concepto complejo de imaginar, siempre nos referimos a él haciendo alusión al famoso Gato de Schrödinger.

Este fenómeno que ofrece tantas posibilidades, como la computación cuántica, se está barajando para conseguir cosas como la teletrasnportación cuántica como ya hemos comentado. Pero el problema es el tamaño. Mientras siga siendo un fenómeno atómico, no parece que tengamos muchas posibilidades de aplicarlo. Por eso el reto es «hacer clásico» este efecto cuántico. Para lograrlo solo tenemos que ser capaces de percibirlo a gran escala. Hay que hacer gatos cuánticos. O al menos minigatitos cuánticos que podamos ver con los ojos de los medidores clásicos.

En esto están trabajando desde hace varios años equipos científicos distribuidos por todo el mundo, como el de la Universidad de California en Santa Bárbara que fueron los primeros en publicar resultados en 2010.

Para ello enfriaron una pequeña baqueta de unos 30 micrómetros de longitud, pero visible al ojo humano, y la hicieron vibrar en un rango de frecuencias determinado para que al conectarlo con un circuito eléctrico superconductor, la baqueta pasará a estar en un estado cuántico.

Hace poco, un equipo del Imperial College de Londres ha publicado en New Journal of Physics los resultados de la fabricación de un pequeño tambor de luz que estando en reposo emite ondas mecánicas por vibración gracias a la superposición de estados. Por lo tanto han sido capaces de obtener un efecto clásico mediante el control de un efecto cuántico. Lo que supone un buen salto cualitativo en la materia. Podría decirse que es la primera máquina cuántica.

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